martes, 28 de agosto de 2007

El ocaso de mi despertar.-


Bajo esta pálida luz de Luna me encuentro nuevamente, frente a frente con mi propia miseria, con los vestigios de mi soledad y de mi fastidiosa melancolía, intentando, de una vez por todas, ponerle fin a todas las preguntas y a todas las respuestas que nublan mi mente constantemente. Las sombras que me abrigan en esta calurosa noche de verano, me suplican que mis intentos sean más y más suaves, menos violentos, menos crueles para con ellas y para con el amor que en cierto modo me han brindado. Pero ya no hay misericordia, no hay más piedad que mis manos puedan brindar, pues, si bien amo a estas pequeñas Tragedias, a estas Muertes de la humanidad, a mis queridas y frágiles Desgracias, se que mi camino debe iluminarse y perderse de todo sufrimiento terrenal, para llegar a aquella instancia en que el dolor desaparece y comienza la verdadera vida, las verdaderas preguntas y las verdaderas respuestas.

Se que tengo que despegarme de todo sentimiento de odio, rencor, venganza e incluso desconsuelo, para poder llegar a cierto estadío que bien podría llamar sabiduría, iluminación o comunión con la Vida, pues no hay nada más humano que odiar tanto como se ama.

Y los días pasan frente a mi, como en un macabro carnaval de muerte. Y los días se van acabando mientras mis años comienzan... ¡Y es tan doloroso poder verlo!


18·12·06