lunes, 12 de marzo de 2007

La Inevitable Vejez Interna


Las cortinas amarillentas bailaban sobre sus cuerpos en reposo. Tal era el peso del tiempo que el aire costaba más caro a cada minuto. Las arrugas cubrían todo cuanto poseían, dejando la marca de los años plasmada en cada molécula de recuerdo. Cada suspiro era una lucha, cada palabra, una muerte.
Sus manos recorrían aquel rostro, esperando el instante en el cual no habría más palabras que los maliciosos verbos de despedida. Ya estaban cansados; la vida había sido larga y dura. La eternidad que pasaron juntos, todos los recuerdos de pesares añejos y algún que otro momento maravillosamente alegre, parecían desteñirse y perder importancia ahora: todo era agonía, miseria y muerte.
Sus labios se esforzaron por despedirse, marcando cada sílaba con el aroma de un clavel. Las palabras, insuficientes al parecer, solo pudieron dibujar un profundo aprecio, unos pálidos reproches y una desprolija carta de despedida. ¡Tanto tiempo se habían regalado! Era ahora cuando se preguntaban si tanta tortura había valido realmente la pena… Pero el agradecimiento era eterno, como lo era y lo es el amor a la vida, la belleza y la plenitud. Pero ellas ya habían muerto. ¿A quien más podrían amar? Por más triste que fuera, ya todo había muerto.
Levantó sus cejas, en una señal de dolor y abrió sus labios, intentando pronunciar sus últimas palabras; pero la muerte fue más rápida, y más segura al amar a la vida. Las palabras quedaron destruidas, recostadas sobre el polvo de un rincón. Ahora era su hora. Su hora de morir.
Debe apresurarse: la vida es corta y la muerte, enamoradiza. Ahora, ya libre, debe comenzar nuevamente y encontrar a un proveedor de juventud, quien torture paulatinamente, sus ojos brillantes y su piel de jazmín, con la atroz mutilación, la inevitable vejez interna.

30·11·05
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Dar la vida por amor y dar el amor por la vida... No poder vivir sin el amor y no poder vivir con el amor... ¿Qué tanta culpa nos merece el fin de una relacion? No somos culpables por el fin de nuestra existencia. Y por consiguiente, nada podemos controlar en ella.

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